Meng Jiang: el llanto que derribó la muralla

La siguiente es una de las dos historias de amor más conocidas en torno a la muralla china. La segunda, menos importante, está recogida en la sección de ‘Ataques sufridos’. Esta leyenda, la de Meng Jiang, es todavía una de las historias que todos los chinos evocan a rajatabla. Su importancia mitológica y en la cosmovisión de la cultura oriental es incalculable.

En los primeros años de la construcción de la muralla china, los pueblitos del norte fueron unas de las primeras zonas en ser cubiertas por el majestuoso dragón de piedra. Esto tenía una explicación clara: los soldados se encontraban, mayoritariamente, en las grandes ciudades. Las zonas rurales eran más difíciles de apoyar militarmente en caso de un posible ataque.

Uno de esos primeros tramos, separó a dos familias que eran fraternalmente amigas, dejándolas, a cada una, de lado y lado de la muralla. Una de las familias era Meng. La otra, Jiang.

Para que la separación no tuviera un impacto definitivo, ambas familias acordaron sembrar una planta trepadora a cada lado de la muralla. Así, cuando las plantas lograrán crecer y extenderse hacia arriba en las paredes del muro, se unirían en una sola planta y las familias podrían reencontrarse en su sombra.

La planta elegida para la unión simbólica fue el zapallo. Pasó el tiempo, y la construcción de la muralla siguió. Ambas plantas de zapallo crecieron y se unieron en la parte más alta del muro. Un día, las familias notaron que arriba, casi en las últimas ramas, había un fruto enorme y hermoso. Los Meng decían que el fruto había nacido de su parte, los Jiang afirmaban que era de su planta que había nacido aquel zapallo. Cuando la discusión se volvía más acalorada, ambas familias decidieron que cortarían el zapallo a la mitad, compartiendo de forma igual, para que no hubiera rencillas.

Al cortarlo, dentro del descomunal fruto, había una niña hermosa. Tal fue la sorpresa y la alegría de ambas familias, que decidieron criarla juntos. Por eso, la niña se llamó Meng Jiang.

Estando Meng Jiang ya en edad, la construcción de la muralla seguía en su apogeo, a cargo del primer emperador chino. Sin embargo, la construcción parecía estar en problemas, porque tras construir una sección, esta se desplomó. El hecho preocupó mucho a Shi Huang –el emperador-, quien consultó a uno de los viejos sabios más reconocidos de China. El sabio le ordenó al emperador inmolar frente a la muralla a un hombre por cada li de construcción. Como la idea principal de Shi Huang era construir una muralla de diez mil li, serían necesarios diez mil hombres. La medida fue tomada en todos los pueblos cercanos como una de las más oscuras y todos los hombres, y sus familias, morían de miedo.

Otro sabio consejero le confesó al emperador que sólo necesitaba inmolar a un hombre cuyo nombre fuera Wan. Como Wan significaba diez mil, no serían necesarios más sacrificios durante la construcción de toda la muralla, y el derrumbe de los tramos no volvería a ocurrir.

Este consejo caló hondo en la mente de Shi Huang, que ordenó a todo su ejército la búsqueda de aquel hombre, Wan, para hacer el sacrificio y poder continuar la construcción de la muralla china sin mayores complicaciones.

El joven Wan, al saber las noticias de lo que el emperador tramaba, decidió esconderse entre unos árboles. Esos árboles, estaban en el patio de Meng Jiang, la niña del zapallo.

No pasó demasiado tiempo cuando Meng Jiang sintió la presencia del joven Wan. Así, tras la confesión de Wan, la joven Meng Jiang decidió ocultarlo en su casa hasta que, posiblemente, el emperador encontrara a otro hombre con un nombre igual. La espera, sin embargo, fue acercándolos hasta quedar perdidamente enamorados. El enamoramiento, conocido por las familias de la joven, condujo a la propuesta de casamiento.

El día del casamiento, los soldados del emperador capturaron a Wan. Lo llevaron, y cumplieron con el despiadado ritual de inmolación. Así, los restos de Wan pasaron a formar parte también de uno de los tramos de la gran muralla.

Meng Jiang, entre el dolor de perder a su esposo y la esperanza de poder encontrarlo, decidió emprender un viaje por todos los tramos de la muralla buscando, aunque sin éxito, encontrar el cuerpo de su amado Wan. Pasaron muchos días, y Meng Jiang nunca pudo encontrar a Wan. Fue allí cuando se desvaneció en el llanto más afanoso y triste que cualquiera pueda imaginar. Tal fue el dolor, encarnado en llanto, que la gran muralla se apiadó de ella y se fue derrumbando entre el mar de lágrimas, dejando al descubierto el cuerpo de Wan.

En uno de los tramos más simbólicos de la Gran Muralla China, todavía podemos observar a Meng Jiang arrodillada, llorando por la desaparición de su esposo.

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